Muchas. Sobre todo que sin oferta política, no hay futuro.
En el año 2018 Morena y Andrés Manuel López Obrador enviaron un claro mensaje a los partidos de oposición y a la misma sociedad: por un lado los partidos políticos ya no representaban a la sociedad, y esta —la sociedad— tenía enfrente a la cuarta transformación, como nuevo proyecto de Estado.
Muchos desestimaron dicho mensaje y decidieron derrotar al emisor. Con toda la fuerza de los medios preponderantes y la unidad de un grupo de empresarios de derecha —al menos los que encabeza el empresario Claudio X González — emprendieron una lucha frontal contra el gobierno de Andrés Manuel López Obrador y todo lo que se relacionara con la denominada Cuarta Transformación.
El presidente hizo lo propio, desde el gobierno se ocupó en responder, aclarar, y lanzar una serie de dardos a la oposición. El resultado lo conocemos todos: una división entre “buenos y malos” entre “chairos y fifis”. Así transcurrió, entre otras cosas, el sexenio de AMLO.
Dicha lucha entre el gobierno y la oposición, causó daños, por ejemplo no permitió visualizar los verdaderos propósitos y detalles de cambios que proponía el régimen obradorista, pues todo era visto desde la óptica de la campaña mediática que ocurría para no conceder nada al oficialismo y decir que todo era malo.
Así se conformó una enorme nube gris de desinformación y un bajo nivel de discurso para ganarle a AMLO y a Morena en el proceso de su gobierno. Por ejemplo la polémica del intento de reforma al INE, o de las mega obras federales, como El Tren Maya, o la Refinería; por señalar algunos casos, fueron blanco de ataques, muchas veces con razón, y otro tanto sin ella.
No había información real en los medios. Había una campaña para desprestigiar lo que se anunciaba o se hacía. En un sistema político que avanza hacia mejores niveles de democracia, eso no sirve. Para que haya mejor nivel de democracia debe haber medios de comunicación libres e información clara. Acá no lo hubo, porque el propósito era descarrilar al gobierno.
Fue una lucha campal que permitió al presidente meterse también en los procesos políticos del sexenio, incluido el más reciente. El ejercicio de sus “Mañaneras” fue el marco ideal, ahí fue más claro el exceso o abuso del presidente. Eso tampoco es un elemento digno y válido en un contexto del camino hacia una mejor democracia.
Pero AMLO fue muy hábil, lo que aprendió en el PRI, partido al que perteneció, lo mejoró. Sus estrategias políticas fueron tan finas, dignas de Maquiavelo, a tal grado de mantener a la oposición ocupada en una confrontación mediática sin mayores resultados para sus oponentes, pero sí para él.
La astucia del presidente quitó el tiempo a los partidos para construir una válida agenda política que permitiera un proyecto real de nación.
Parece que la oposición se concentró en hacerle la vida imposible a AMLO solo porque “les cae mal”. Ese sentimiento fue el principal motor con el que intentaron unir a los mexicanos inconformes.
Y es muy probable que si haya funcionado, hasta cierta medida, atender ese sentimiento que permanece en el fondo de millones de votantes: su animadversión o coraje hacia AMLO. Pero así no se ganan las campañas.
Si no hay un proyecto claro de gobierno; una oferta que atraiga no solo a los resentidos, sino al miles que se mantienen sin partido, no hay resultados.
Esta elección enseñó que la oposición se perdió en sus problemas internos, en su autoritarismo, en su soberbia. Pareciera que a la oposición no le importó la evidente ineficiencia de Marko Cortés o de Jesús Sambrano. Tampoco fue obstáculo dejarse guiar por un tipo señalado por corrupción, como lo es Alejandro Cárdenas “Alito”.
Se extravió la oposición tanto que mordieron el anzuelo que AMLO les envió: la propuesta de Xochitl para la candidatura.
Entonces, si no hay proyecto de Estado, como oferta política, no habrá futuro. Esa es una gran enseñanza de la pasada elección.