El PRI en Sinaloa, con la renovación de su dirigencia, da un paso más para alejarse de lo que fue: un partido de masas con enorme convocatoria, cuya movilidad interna permitía una óptima retroalimentación y solidez como fuerza política. Hoy ha optado por recomponer su dirigencia pero sin voltear a ver sus disminuidas bases.
En un sistema político como el mexicano es necesaria la competencia política. Es esencial que la ciudadanía enfoque sus demandas en uno u otro partido. Hoy el PRI y el PAN, pareciera que viven en otro sistema y solo atienden las necesidades cupulares y se olvidan de sus bases.
Esto debilta a los partidos de oposición en general, y gravemente abre la posibilidad de que fuerzas de poder extrañas ocupen un lugar que no deberían.
Existe la percepción de que al PRI le falta “el gran elector”, “el jefe político”, el presidente de la República. Pues con una autoridad vertical, depositada en el presidente de México -emanado del PRI – era como este partido resolvía su vida interna.
Es evidente la falta de ese nivel de autoridad en el PRI, pero igual lo es la actitud contraria a la moral y respeto de su actual dirigente, Alejandro Moreno Cárdenas “Alito”, quién acomodó las reglas para ampliar su mandato.
Es una mala señal para la estructura del PRI nacional y para su militancia. Hoy en Sinaloa se comprueba está actitud de “agandalle” con la designación de Paola Gárate y Berna Antelo, como nuevos dirigentes del partido, sin contemplar en algún punto a los priístas de este estado.
Es una grave señal para el PRI pero también para la sociedad. Pues en un sistema donde urge la competencia política, y poner límites a la hegemonía de un régimen o partido, estas acciones de la oposición solo contribuyen al debiltamiento político, y abren la posibilidad de que otros grupos de poder ocupen un espacio que le corresponde sólo a la suciedad a través de sus partidos políticos.